Huelo a ti

Es viernes. Son las 9 de la noche. Y huelo a ti.
Es viernes. Y soy feliz.

Viernes

Me despierto temprano. Son las 8, o las 8.30, no sé. Pero no importa. La luz del sol penetra tenuemente por las pequeñas rendijas de mi ventana. Me quedo un rato más en la cama. Es viernes, no tengo clase y hoy no nos encontraremos (este pensamiento va seguido de la sensación de angustia que tanto me suele acompañar cuando ya no estoy junto a ti). Es viernes y me descubro coleccionando recuerdos. Esos en los que aparecemos tú y yo. Y sonrío. Me descubro sonriendo mientras estoy tumbada en mi cama (esa que me hubiera gustado compartir alguna vez contigo), y sabes lo que me cuesta sonreír. Pero es viernes. Y tú ya no estás.

Carpe diem, quam minimum credula postero...

Si hace unos meses le hubieran dicho que volvería a tropezar nuevamente con la misma piedra con la que había tropezado tres años atrás (bendita piedra, ¿qué tendrá?), no lo hubiera creído. Es más, lo habría negado por completo, a quienquiera que se lo hubiese insinuado simplemente. Habría dado 325.987 razones. Y, sin embargo... 
Sin embargo, habría sido inútil. Porque basta decir de este agua no beberé, para terminar ahogándote en tu propia bañera. En lágrimas, claro. Pero de tristeza. De alegría también, algunas veces, tampoco lo iba a negar... Él la hacía feliz, en aquel lugar, donde eran y existían, solos, casi día a día, en los atardeceres de invierno. Y, como consecuencia, siempre llovían lágrimas de tristeza, porque él la hacía inmensamente feliz. Y ella y él tenían fecha de caducidad. Ellos tenían un final (no feliz). Él decía que de mañana, no sabemos nada... pero ella sí lo sabía. Y por eso lloraba y lloraba... o reía, porque también reía, claro que lo hacía. Pero menos. Le costaba ser feliz teniendo presente que aquello acabaría; sabiendo que era temporal, efímero, transitorio... Pero le quería de una forma que pensaba que jamás podría volver a querer así a nadie más. Estaba segura, de hecho. Sentía como si fuese su alma gemela, como si le conociese de siempre, debían de haberse conocido en otra vida. Sí, debía ser eso. Y le abrumaba horrorosamente la idea de un final. Un final que estaba ahí, metiendo el dedo en la llaga, haciendo difícil cada vez más el día a día.
¿Dónde estará Horacio -pensaba- para que me susurre al oído aquello del carpe diem, quam minimum credula postero ("aprovecha el día de hoy, y no pongas de ninguna manera tu fe ni tu esperanza en el día de mañana")? Ojalá Morfeo me lo envíe en forma de sueño plácido y agradable, y que el padre Horacio me devuelva la fe en la felicidad, en el hoy al menos, si no puede ser en el mañana...