Nueva habitación

Cambié de habitación. Era invierno y en mi dormitorio de siempre no lograba estudiar. La atmósfera me rodeaba con su incesante llanto. Una tristeza permanente embriagaba toda la diminuta estancia y se filtraba por los poros de mi piel piano, piano. Era necesario (necesse erat) que mi vida diese un pequeño giro, aunque sólo fuese empezando por cambiar de habitación. Si lograba despojarme de aquel desánimo, de aquella debilidad que oprimía mi cuerpo, de aquel abatimiento que adormecía todos mis sentidos, quizás sería capaz de comenzar a salir adelante. Aunque sólo fuese el principio de un largo recorrido que todavía hoy en día creo que se encuentra a medio camino. 

De manera que una buena mañana, a pesar de lo que me costaba tomar decisiones importantes por aquellos meses, decidí que esa mañana la emplearía sólo y exclusivamente en mí y en mi nueva habitación. 

Ahora escucho el llanto de un bebé que me atormenta a todas horas.  

No al cuadrado

No. Rotundamente, no. Esta vez no vas a hacerme sentir culpable. No vas a torcer las cosas a tu antojo para que queden a tu medida. No, no y otra vez, no. Ya basta. No voy a pedir disculpas por no querer verte. No voy a pedir perdón porque vinieras el día de mi cumpleaños y me lo destrozaras, tal y como lo hiciste. No tenías ningún derecho. Era Mi Día y ahora está marcado de por vida. Tengo derecho a no querer que vuelvas a hacerme una cosa así. Tengo derecho a enfadarme y no voy a disculparme ni voy a sentirme mal por ello. Yo también merezco ser feliz. Dixi

Cosas (in)significantes

El desorden aumentó esa tarde. Tanto oro en manos de los soldados significaba bebida y juego. Germánico decidió que no estaba bien que Agripina, que se encontraba con él, siguiese en el campamento. Ella estaba embarazada otra vez y aunque sus hijos, mis sobrinos Nerón y Druso, se hallaban aquí, en Roma, con mi madre y conmigo, tenía al pequeño Cayo consigo. El hermoso niño se había convertido en la mascota del ejército y alguien le había confeccionado un traje de soldado en miniatura, con peto, espada, escudo y casco. Todos lo malcriaban. Cuando la madre le ponía la ropa y las sandalias comunes, rompía a llorar y pedía su espada y sus botitas para ir a visitar las tiendas. De modo que le pusieron de sobrenombre Calígula, o sea Bota Pequeña.
Lis es una apasionada del mundo clásico y esta mañana se encontraba leyendo Yo, Claudio, de Robert Graves, cuando, de repente, se le dibujó una sonrisa en la cara al leer estas líneas. Lo primero que se le venía a la cabeza al leer "Calígula" era un pensamiento negativo, pues de casi todos es sabido que fue un emperador muy cruel y despiadado. Pero descubrir el verdadero origen de su nombre le resultó hasta gracioso. A Lis le fascinaban este tipo de detalles, disfrutaba leyendo nimiedades de este calibre, porque este tipo de datos (in)significantes son los que a ella de verdad le alimentaban el alma.