El cruce


Lis había pasado unos días estable. Ni lloraba, ni reía. Pero había dejado de derramar lágrimas como quien se hace una herida que comienza a sangrar como el constante fluir de una cascada. Él no estaba, se había ido a pasar unos días por ahí (Lis ni le había preguntado, casi prefería no hacerlo). Y, a pesar de su ausencia, ella había permanecido estable, ni frustrada, ni feliz. Sólo un poco triste y ausente, como en un estado neutro.

Aunque de repente, todo cambió, como había cambiado aquel día: de un tanto nubloso -pero con ratitos de sol- a una tarde invernal, ventosa -Céfiro soplaba frío y agitado-, oscura, e incluso asomaron gotas de lluvia que acompañarían a las cálidas y miedosas lágrimas de Lis -miedosas porque su cambio emocional se había producido en un entorno familiar y las lágrimas de Lis temían ser sorprendidas-.

Iban a pasar la tarde de compras, de aquí para allá. "Buena idea para tener la mente distraída" pensó Lis. Pero no. No fue así. Al menos, no del todo. No habían andado con el coche ni diez minutos cuando, de pronto, su corazón sufrió un pinchazo al pasar por un cruce por el que ya una vez se había desviado, pero con él, en su coche y en su tan deseada compañía. De repente, al pasar por allí esta tarde, su corazón dio no menos de tres volteretas con triple salto mortal incluido. Acto seguido, un calambre, una sacudida tan fuerte  que no ha podido recuperarse en toda la tarde. Tras la sacudida, aquel momento en el que giraba a la derecha en su coche, con él a su izquierda, con su camiseta naranja y su pantalón de deporte... esto lo ha revivido de tal manera que lo ha sentido como si él estuviera allí, todavía a su lado, preguntándole si era por allí por donde había que girar para llegar a su destino. Seguidamente, le ha escuchado, la tarde anterior habían estado juntos. Ahora, él le preguntaba "¿Lo pasaste bien ayer?". Lis, tan tímida como siempre, había respondido con un leve e insonoro "sí", y con una media sonrisa en la cara, al contemplar como la mano de él soltaba el volante para amarrarse a su mano. Sintió la calidez y ternura con que alcanzaba su indefensa mano, para no soltársela hasta pasados los 20-25 minutos que duraría el trayecto en coche. Casi no hablaban, pero no les hacía falta. Las manos, juntas, amarradas, cálidas, acogedoras, hablaban por sí solas, deseosas de permanecer en aquel estado por un tiempo indefinido, eternamente, acariciándose, acariciándose hasta la saciedad. Pero no. Las manos, se separaron. Al igual que sucedió con ellos.

El paso fugaz esta tarde por ese cruce ha causado en Lis un fuerte impacto de imágenes, sonidos y recuerdos en su atormentada y agitada mente; ha provocado el recuerdo de él, de su cálida voz, de esos 25 minutos cogidos de la mano -que tanto significó para Lis- sin soltarse un solo momento. Todo un viaje con sus dedos acariciando la delicada y minúscula -en comparación con la suya- mano de Lis.

El paso por ese cruce ha sido, valga la redundancia, crucial para el estado mental/emocional/psicológico de Lis. Ha conseguido volver a desestabilizarla, sumirla en un estado profundo de tristeza, con sus lágrimas desesperadas, luchando por conseguir asomarse. Querían salir en chorro y caer como si de una cascada se tratase.

Lis ya no está estable. Ha perdido, de pronto, el raro equilibrio en el que se encontraba. Como siempre ocurre desde hace casi ya, un año. Lis ha vuelto a tropezar, ha perdido el control. Y ya no sabe cuándo logrará recuperarlo.

Reflejos

Como hace poco decía una de mis profesoras, a veces, condicionados por las circunstancias vitales y personales que nos rodean, a causa de los problemas que nos achacan, e influenciados por el estado de ánimo en el que nos encontramos en determinados momentos negativos de nuestra vida que nos debilitan, nos sentimos anímicamente, interiormente, psíquicamente de una determinada manera, que ni siquiera somos capaces de expresarla con las palabras adecuadas, para que el resto de personas (o no) comprendan exactamente cómo y por qué nos sentimos así. Ocurre que a veces, debido a sucesos trágicos que acontecen en nuestras vidas (decepciones amorosas, problemas personales, problemas familiares, muertes de seres queridos, etc.) caemos en un permanente estado de tristeza, infelicidad y desdicha que nos impide mostrarnos tal y como somos o que nos impide hacer cosas que, en otras circunstancias, habríamos realizado sin problema alguno. Lo malo es que ésto puede (no siempre) que para tus amigos, que para tus personas más cercanas, no resulte comprensible. Y esto es por una sencilla razón: no están en tu lugar, y aunque hagan el esfuerzo de estarlo, nunca lograrán ponerse en la piel del otro enteramente. Sólo tú mismo entiendes el por qué de tu situación y eso, a veces, no resulta nada positivo. Llegas a sentir incluso soledad, debido a esa incomprensión.

En fin, me he desviado del tema. Que lo que quería decir y lo que decía mi profesora (no vayáis a pensar que va a ser un gran descubrimiento sobre física cuántica o nuclear, simplemente me apetecía apelar a ello porque esta tarde leía algunos pasajes que me resultaban muy familiares o que me han impactado demasiado -va a ser lo segundo-) es que esa imposibilidad de plasmar con detalle nosotros mismos con palabras lo que sentimos en determinado momento de nuestra vida, a veces lo encontramos (y nos pilla por sorpresa y se nos enciende una lucecita indicándonos que eso tiene que ver con nosotros) plasmado perfectamente en el libro que estemos leyendo en ese momento, en una película que decidimos ver por casualidad, en la letra de una canción que casualmente suena justo cuando subes al coche, en un cuadro que ves en un museo (o en google images), en un poema que te encuentras mientras andas navegando en la red... y todo lo que se os ocurra. Resulta fascinante (al menos a mí) ese poder de ver cómo algo se ajusta tan perfectamente a la realidad (o fantasía) en la que te encuentras sumergido en un determinado momento de tu vida, incomprensible para los demás, e incluso en ocasiones, para ti mismo.