Una pizca pequeñita, claro

Hoy Lis se ha puesto guapa. Hacía mucho que no lo hacía. Se ha metido en la ducha, con su hermana pequeña, como hacían antaño, cuando a Lis le apetecía no estar sola (ahora casi detestaba las compañías, se había aferrado profundamente a la soledad). Pero hoy se han duchado juntas, y han jugado a tirarse agua una a la otra, y ¡cuidaoquememojaselpelo!, y se han divertido. Lo han pasado bien. Y sí, Lis también. Después se ha alisado el pelo (ya casi nunca lo hace, a pesar de que le encanta), se ha puesto su vestido preferido (y, ojo, casi nunca enseña sus piernas) y se ha calzado sus botas nuevas. Hasta se ha sentido guapa. Se ha mirado al espejo y se ha gustado un poquito, pero sólo una pizca pequeñita, claro. Y se han ido de compras. Y han vuelto a disfrutar juntas. Han llegado a casa, y han reído hasta quedar exhaustas; hasta cuando te quedas sin respiración y te ahogas; hasta que te duele el estómago y las lágrimas (y esta vez, no de tristeza) te resbalan por las mejillas. Se han reído, mucho. Y sí, Lis también. Aunque vuelva a ser domingoporlanoche y vuelva a meterse en la cama con esa sensación de vacío que le acompaña… ya ni recuerda el tiempo que le acompaña ese vacío asfixiante. Pero hoy su hermana le ha hecho sentir que sigue estando viva. Aunque sólo sea una pizca pequeñita, claro.

Zapatos nuevos

A veces compraba zapatos nuevos para calzar aquella tristeza que le envolvía. Era la solución más cómoda que creía haber encontrado para aliviar aquel dolor que le desbordaba por todas partes. Si calzaba unos buenos zapatos (y bonitos) seguro que sería capaz de aguantar mucho más tiempo de pie del que ahora era capaz. Y, al andar, el peso de la desolación seguro que lo podría sobrellevar mejor. O no, quién sabe. Igual estaba equivocada y la solución no era comprar zapatos nuevos. Ni bonitos. Porque, para qué engañarnos: ¿es que, acaso a la tristeza y el sufrimiento les importaba mucho los zapatos que podría comprarse Lis? Seguro que no. Seguro que les era indiferente. Seguirían haciendo que su cara estuviera triste; seguirían haciendo que sus ojos estuviesen bañados en lágrimas día sí, día también; y seguirían haciendo que Lis no tuviese esas ganas de vivir con las que se supone que una se tiene que levantar todos los días. Seguiría sintiéndose débil y desamparada, frágil y desprotegida, como aquellas veces en las que se tenía que acurrucar en la cama y encogerse sobre sí misma, acompañada por la soledad. Momentos en los que le hubiera gustado que Raúl estuviese a su lado, dándole esos abrazos que sólo él sabía darle (de esos calentitos, y largos, muy largos, cargados de caricias en la espalda), susurrándole al oído que no se preocupara, que él estaba allí para arroparla, que no se iba a mover de allí hasta que la tormenta hubiese pasado. Pero la realidad era otra, así que, Lis a veces decidía comprar zapatos nuevos. Quizá algún día acertara con unos que gustaran a la tristeza, ¿no? Todo era cuestión de probar.

16.43

16.43 aproximadamente. Llovía. Supo que aquel momento iba a ser el que tanto había estado no-esperando. Lo había visualizado así, casi perfectamente igual, en su mente, 56.856.315 millones de veces. Ese momento que tantas veces había querido evitar. Y que, finalmente, fue imposible. Y todo ocurrió tal y como estaba planeado. Una conversación. Que si tal, que si cual. Palpitaciones. Muchas palpitaciones. Deprisa, a 300 km por hora. Quizá 301. Temblores, por todo el cuerpo. La mirada fija en un punto, con las lágrimas ahí, expectantes; pero en realidad fue como si tuviera los ojos cerrados. En realidad todo estaba muy oscuro a pesar de esa luz que tanto daño le estaba haciendo. Y escuchaba, seguía escuchando a pesar de no poder soportarlo. Quería salir corriendo, de estampida. Pero las piernas se lo impedían, estaban inmovilizadas. Todo su cuerpo estaba paralizado. De hecho, no podía articular palabra. Era uno de esos momentos en que a veces olvidaba el abecedario y de cómo se construían las oraciones. Pero lo hizo, salió corriendo, aunque fue demasiado tarde. Y quiso lanzarse al suelo, mojado, y acurrucarse, cerrarse sobre sí misma y quedarse así por el resto de los restos. Mimetizándose con la lluvia que caía en ese instante. Y es que aquella mañana ya había visualizado todo lo que sucedería aquella tarde, a las 16.43, minuto arriba, minuto abajo. Fue exactamente igual, palabra más, palabra menos.