Nueva habitación

Cambié de habitación. Era invierno y en mi dormitorio de siempre no lograba estudiar. La atmósfera me rodeaba con su incesante llanto. Una tristeza permanente embriagaba toda la diminuta estancia y se filtraba por los poros de mi piel piano, piano. Era necesario (necesse erat) que mi vida diese un pequeño giro, aunque sólo fuese empezando por cambiar de habitación. Si lograba despojarme de aquel desánimo, de aquella debilidad que oprimía mi cuerpo, de aquel abatimiento que adormecía todos mis sentidos, quizás sería capaz de comenzar a salir adelante. Aunque sólo fuese el principio de un largo recorrido que todavía hoy en día creo que se encuentra a medio camino. 

De manera que una buena mañana, a pesar de lo que me costaba tomar decisiones importantes por aquellos meses, decidí que esa mañana la emplearía sólo y exclusivamente en mí y en mi nueva habitación. 

Ahora escucho el llanto de un bebé que me atormenta a todas horas.  

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