Debería ser ella quien estuviera en la cama de ese hospital. O cualquier otro. No le importaba. Al fin y al cabo, en un hospital. Pero era Lis quien tenía que ocupar aquel lugar. Por intento de suicidio, o que eso pensaran los médicos; o por un verdadero intento de suicidio, quién sabe. El caso era dejar a un lado su vida, aparcarla, quizás por unos meses, quizás para siempre, si no llegaban a tiempo. Pero de aparcarla al fin y al cabo. Era excesivo el tiempo ya el que llevaba tirando de su vida y de su cuerpo con una cuerda. Y diciendo, venga, un poco más, estamos llegando. Pero no, no llegaban a ningún sitio. Ni la cuerda, ni su cuerpo, ni su vida. Andaban en círculo, siempre en la misma dirección, y siempre sin saber a dónde les llevaba aquella trayectoria circular y viciosa. Quizá era hora de parar aquel sinsentido, así, de forma contundente, y de esta manera, respirar tranquilidad. Sí, eso era lo que andaba buscando de aquí para allá. Tranquilidad. Y muy contadas veces se topaba con ella cara a cara. Era cuestión de suerte o de Diossabequé. Así que, si la tranquilidad no venía a visitarla a ella, sería ella quien iría a buscarla. Todavía no había decidido cómo, pero lo haría, vamos que si lo haría. O, al menos, eso quería pensar.
Creo que más que a tranquilidad, a lo que aspira es a la ausencia de pensamiento, porque el pensamiento duele y, a veces, mucho. O bien a la ausencia de conciencia.
ResponderEliminarPor desgracia, siempre damos vueltas en círculos concéntricos y cuando creemos que salimos es una ilusión; sólo ingresamos en otro nuevo círculo, más ancho o más estrecho, de la espiral de la vida.
Un saludo y encantada de conocerte, Llum.
Maldita espiral de la vida ;)
ResponderEliminarGracias por dejarte caer por este rinconcito, Isabel.
Encantada de conocerte a tí también.
Un saludo.