Y es que, es uno de los momentos en que no se encuentra un sentido a la vida... En los que se siente que uno se ha desviado del camino por el que iba, que ha llegado a un punto en que se encuentra rodeado de la nada y no ve más allá de una nebulosa oscura, negra, que envuelve tu cuerpo, que te oprime, que te asfixia, hasta que te deja sin sentido; y de repente, te encuentras tumbado, en el suelo, encogido como si de un feto se tratase, sin protección, desnudo, frágil y vulnerable. Y deseas quedarte así, por el resto de los días, o de los minutos, o de los segundos que te queden de vida, si es que algo te queda. Porque ya nada te importa, porque ya no importa nada. Has decidido dejar de luchar, has decidido que puedes acabar así, que no hace falta nada más para marcharse. Y te vas. Y se va.
¡Disimula!
¿No os habéis cruzado nunca con dos perros enormes (los perros grandes me asustan, y por lo que he comprobado esta tarde, a mi amiga y compañera de aventuras también) sueltos, que iban paseando libremente y que de repente te los ves venir de frente? Pues bien, mi reacción ante el panorama ha sido la de frenar en seco para ver si pasaban de largo, pero la reacción de mi amiga ha sido de lo más ocurrente y graciosa: "¡Disimula: pon cara de perro!", me ordenaba a la par que frenaba también en seco y veíamos como los perritos pasaban por nuestro lado como si no existiéramos. Tras esto, y cuando ya habíamos vuelto a reiniciar nuestra marcha, mi amiga vuelve a sorprenderme y a sacarme varias carcajadas diciendo: "¡¿Yo creo que se la hemos colao, no?!".
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