Me despierto temprano. Son las 8, o las 8.30, no sé. Pero no importa. La luz del sol penetra tenuemente por las pequeñas rendijas de mi ventana. Me quedo un rato más en la cama. Es viernes, no tengo clase y hoy no nos encontraremos (este pensamiento va seguido de la sensación de angustia que tanto me suele acompañar cuando ya no estoy junto a ti). Es viernes y me descubro coleccionando recuerdos. Esos en los que aparecemos tú y yo. Y sonrío. Me descubro sonriendo mientras estoy tumbada en mi cama (esa que me hubiera gustado compartir alguna vez contigo), y sabes lo que me cuesta sonreír. Pero es viernes. Y tú ya no estás.
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